Salgo de la ducha e inevitablemente me siento en la cama a observar por la ventana, me gusta ver la vida
pasar, la lluvia caer.
El día está triste una vez más, queriendo llorar pero solo derramando una suave llovizna, que moja pero no
mucho, queriendo desahogarse pero sin poder lograrlo, queriendo olvidar pero no es tan fácil como la
pintan. Los recuerdos comienzan a caer en mi mente como las gotas de lluvia en la ventana,
demasiado fuerte. Sueño con tu olor, tus abrazos y caricias, con cada momento vivido, con el principio y el
final. La cabeza se me dispara, intento olvidarte, juro que si, pero no lo controlo. Las lágrimas empiezan a
caer al ritmo de la lluvia y recordando cada minuto, supe que sin aquello no sería la persona que hoy soy, porque entre besos y momentos nos enseñamos tanto, porque me mostraste como sentir el instante, a no forzar y estirar las cosas que, a fin de cuentas, pueden dañar, porque los destellos en algún momento se desvanecen, la lluvia siempre cesa, porque agradezco que hayas pasado un rato por mi vida, porque aunque no funcionó, fue amor. Con vos entendí que me voy a romper mil veces, de diversas maneras, pero que cada vez me voy a volver a armar con una pieza nueva y diferente; comprendí que, a veces, no es tan bueno olvidar como dicen.
Arde con cada verso, brota con cada palabra. Voltearla sobre papel es desesperante, apasionante, es eternamente liberador. Efímera e incontrolable, inalcanzable de apagar, como quien la escribe, arde.
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